La humanidad cayó locamente enamorada del dine- ro, seducida por las perspectivas de éxito y no ne- cesariamente por la felicidad de sus miembros.
Quito, Ecuador
La humanidad cayó locamente enamorada del dine- ro, seducida por las perspectivas de éxito y no ne- cesariamente por la felicidad de sus miembros.
A estas alturas del juego empresarial, muchas organizaciones habrán terminado sus procesos presupuestarios para el año 2023
La capacidad estratégica de una organización es la habilidad de ir al futuro con mentalidad de crecimiento e innovación, para luego regresar al presente a hacer, arreglar o mejorar. De la experiencia obtenida en asesoramiento empresarial en los últimos años, solamente el 18% de las organizaciones es consciente de la importancia de este ciclo, y apenas un 9% logra finalmente diseñar un modelo con perspectiva de al menos cinco años.
La mayoría de empresas tienen como horizonte el corto plazo (un año) y en promedio cumplen con el 42% de los planes operativos presupuestados. Esto genera una primera conclusión: hay intención en enfocarse en la ejecución de planes operativos, pero sin una claridad de para qué sirven esas acciones y hacia dónde se quiere llegar.
Tener una causa por la qué pelear dentro de las empresas es crítico. La causa o desafío es igual a problemas por resolver, más oportunidades que se pueden aprovechar de mejor manera que otros. Es un proceso de desarrollo que se orienta a encontrar la mejor solución posible para lo que se crea, busca o prueba. Este desafío debe ser medible, tener plazos y estar orientado a resultados. Pero, sobre todo, es el inicio para construir una creencia, una propuesta de valor y enfocar los procesos hacia la búsqueda de eficiencia. Es la línea base para plantear un modelo de negocio (el mapa) que guíe a la organización en la creación de valor en un período de maduración más allá del ejercicio fiscal.
La estrategia (el camino) para cumplir esto, se ampara en grandes programas de acción que se despliegan en proyectos con equipos multi- disciplinares (de varias “áreas” de la organización), hete-jerárquicos (de distintas jerarquías) y con personas de edades o generaciones diferentes.
Diseñar el desafío correcto, cada vez se hace más complejo en un contexto rápido, de economía compartida, con adicción a la tecnología, de gratificación instantánea y de resultados inmediatos. A diferencia de lo que se piensa comúnmente, la innovación requiere de tiempo, de adaptación al cambio y validación de resultados. El retorno de la inversión de la estrategia siempre debería ser medido en ingresos incrementales logrados por la concepción de valor adecuado y permitiendo la maduración de cada proyecto. La velocidad está en la capacidad de adelantarse y de ver más allá de lo evidente:
¿Qué cambios van a modificar las tendencias de consumo en los siguientes diez años?
¿Será la tecnología, la robótica o la forma de comunicarnos?
¿Se están rompiendo los convencionalismos y paradigmas anteriores?
¿Las empresas del país se encuentran preparadas con un modelo para el crecimiento o sólo para sobrevivir a una crisis inmediata?
Foto Fuente: Pixabay
“Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito” Aristóteles
Una frase lapidaria de uno de los tres más estudiosos del pensamiento (los otros restantes son Sócrates y Platón). Vamos a tener la osadía de modificar esta expresión, y la dejaremos así: “Somos lo que hacemos día a día. De modo que el LIDERAZGO no es un acto sino un hábito”. Pero este “hábito”, desde nuestro punto de vista, tiene dos características fundamentales: humildad y servicio. Y se transmite, únicamente, a través de un ejemplo coherente.
Entonces, el liderazgo no es un acto de imposición de alguien o una jerarquía a la que se tiene derecho. Es más, no es ni siquiera un acto de confianza de la cúpula empresarial o de los dueños de una organización. En un mundo con culto a lo material, y en donde la devaluación y relativización de los valores es cada vez más evidente; el auto-reconocimiento directivo de que se posee limitaciones y debilidades, es visto y percibido en muchas empresas como una enflaquecimiento personal que no cabe. No hay confesión de debilidad, y por lo tanto, no existe intención de humildad. Al pasar esto, el servicio sincero también se ve afectado. Sólo se produce servicio (en el caso de falta de humildad), si es que se presenta algo a cambio. Se mercantiliza el liderazgo, y se hace superficial el ejemplo (si es que existe). Los “liderados” comienzan a seguir a una especie de “modelo de pasarela”: bien vestido y perfumado, con un lujoso esferográfico, y un enfoque basado únicamente en los resultados y beneficios. No existe profundidad, ni una creencia intensa de ayudar a otros, de apoyar al crecimiento del equipo. Poca búsqueda de la unidad (confianza + compromiso); y menos, de impulsar el equilibrio familiar.
Con la humildad se juntan otras virtudes que parecen contrapuestas como la dignidad y el coraje; y, una honda lucha interior para superar esas limitaciones y debilidades, con la finalidad de generar no sólo resultados económicos, sino influir en el desarrollo humano.
“Si una institución social opera de modo tal que complica o hace imposible la concreción de propósitos sociales éticos básicos, provocará una severa crisis política…lo que a menudo se olvida es la igualdad de oportunidades, la dignidad y la función humanas, y la peculiar relación entre ellas”. Peter Drucker
El liderazgo se ve afectado por la quietud y pasividad. La humildad auténtica y el servicio verdadero no son impasibles. Al contrario, son un motor de búsqueda. Son como átomos en movimiento que demandan una transformación profunda desde el conocimiento que se lleve a la acción, pero siempre con un propósito virtuoso.
El diálogo y la conexión son la respuesta. Es juntar para crecer. La personalización para entender los detalles, y poder maniobrar el liderazgo al bien común, a la transformación y trascendencia (temas insospechados en una sociedad que “adora” al consumo y el individualismo). Ya lo dijo en su momento el Papa Francisco: “Existen muchas barreras que a diario impiden el diálogo: la desinformación, los rumores, los prejuicios, la difamación y la calumnia. Todas estas realidades constituyen una cierta cultura sensacionalista que sofoca cualquier posibilidad de apertura hacia los demás. Así entonces, el diálogo y el encuentro se interrumpen”. Esto es penoso en cualquier equipo o persona, pero amargo cuando es provocado por el mismo “seudolíder”.
Entonces, a comenzar a realizar un trabajo de entender cómo está la salud de nuestro liderazgo; pero, a verlo desde otra perspectiva, desde otros ojos. Bien decía Jiddu Krishnamurti: “No vemos las cosas como son, sino como somos”.
Negociar es una de las habilidades de las personas innovadoras (la tribu “i”). Requiere perspectiva, perspicacia, audacia, auto-estima y un conocimiento profundo del funcionamiento cerebral (que controla entre otras muchas cosas, el lenguaje verbal y no verbal).
Es sin duda, una combinación de metodología y estilo propio. De redacción de un guión y de improvisación creativa. De tener claro un objetivo, pero en cierto momento de ser capaz de adaptarse a ciertas circunstancias para mejorar la suma de valor entre las partes.
Todas las herramientas y procesos desarrollados por la Universidad de Harvard, en algún momento han funcionado: reconocer posturas personales sobre intereses, conocer y utilizar el poder negociador de cada parte, plantear el caso de forma ventajosa (lo que se llama un buen posicionamiento), establecer aspiraciones altas dentro de lo razonable, desarrollar opciones y una estrategia adecuada de concesiones, administrar la información; y, gestionar hábilmente las relaciones interpersonales.
Luego, como parte de la preparación, se “mezclaba” variables para establecer un perfil negociador del “contrincante” (o el propio) entre una escala formal – informal y dominante – flexible, resultando cuatro perfiles básicos:
De cierto modo, conocer la metodología y establecer un perfil, garantizaba al menos sentarse a la “mesa negociadora” con alguna preparación previa, aunque el resultado siempre podía ser incierto.
En la actualidad (creemos) que a este mecanismo se le debe ir añadiendo “ingredientes” adicionales que se utilizan en otras ciencias y áreas del saber. Está bien reclamar valor y decir lo que queremos (posición), o indagar sobre las verdaderas razones para crear valor (deseos o intereses); pero también hay una parte inconsciente en la negociación que muchas veces ni los participantes saben que existe, y esto es lo que hay que tratar de develar.
Son esas emociones y actos instintivos que al no ser descubiertos, impiden llegar a un acuerdo beneficioso. Son las verdaderas necesidades ocultas y esencia de las personas; aquellos deseos profundos y la ambición real que los mueve en base a unos principios y creencias (culturales, sociales o morales) que juegan un rol crítico.
El nuevo desafío en la i-negociación está en vincular todos estos aspectos. Y no solamente se trata de investigar superficialmente sobre ellos, sino tener la capacidad de vincularlos en una herramienta, y hasta ponderarlos matemáticamente (la negociación es arte, pero sobre todo, ciencia). Puede sonar esto último en extremo racional, pero debe ser considerado. La negociación es entre personas que pueden variar sus objetivos con un pequeño detalle emotivo, o poniéndose a la defensiva con tan sólo recordar que la cara de la persona de la otra parte le recuerda un mal rato en su vida.
Muchos detalles requieren mayor tiempo de preparación y de hacer las preguntas correctas durante esta maravillosa obra de varios actos.
La verdad escurridiza
Nuestro modelo de negocio ha triunfado. O al menos eso parece por la reacción de las tribus[1] a las que servimos. Hemos obtenido lo que deseábamos: buen “top of mind”[2], ingresos, rentabilidad y aprecio de nuestros clientes. Traspasamos las fronteras, tenemos miles de fans en Facebook y hacemos apariciones constantes como una marca de “última moda”. Hemos aprovechado la coyuntura del mercado y contamos con una suerte envidiable. Los ejecutivos no se alcanzan para dar entrevistas a todos los medios de comunicación, y su ego crece proporcionalmente al número de palabras que su boca menciona. Nos premian a cada momento: “la mejor marca del año”, “el premio a la responsabilidad social” y el “record de ventas”. Pero, ¿estamos seguros que hacia dentro de la organización todos sienten que las cosas marchan bien?
Muchas veces, los resultados son producto de haber encontrado un espacio no ocupado o haber aprovechado una situación favorable que nadie más ha visto. La rentabilidad, el crecimiento y la fama podrían ser pasajeras. Y cuando el declive comienza (que va a suceder!), el cuestionamiento es porqué no pudimos mantener el ritmo o seguir en lo más alto. El siguiente paso es buscar culpables, deshacerse de ellos y llamar a alguien externo (conocido como consultor o líder salvador). Pero esto no garantiza la recuperación, y muchas veces (más de las que se piensa!) el declive es permanente.
La respuesta no está hacia fuera, sino en lo más íntimo. Hay que investigar esos códigos profundos que nos mueven, y entender como la empresa funciona de verdad. Las sorpresas pueden ser muchas y tan variadas como creencias puedan existir en las personas, pero podemos resumirlas en tres: falta de fe, indiferencia ante el futuro y carencia de bondad.
La fe nos impulsa a creer, a ponernos en manos de algo superior, a saber que NO tenemos el control. En las organizaciones nos invade el escepticismo. Sólo creemos si verificamos que lo que está pasando nos beneficia individualmente; si mejora mi calidad de vida, independientemente de lo que pase con los demás. Es como trabajar en una gran caja que tiene divisiones internas: supuestamente todos empujamos para conseguir el mismo desafío, hasta que no se presentan los primeros problemas; cuando esto pasa, buscamos protegernos en nuestro minúsculo espacio al que hemos denominado “área”. Y la siguiente reacción es la crítica, a la que disfrazamos de “crítica constructiva” para escucharnos interesantes y conciliadores. Esquivamos la responsabilidad hablando (o gritando!) más alto. Hemos “licuado” a la fe; esta se desvanece, desaparece…
Nos vemos como ciudadanos pasajeros. No se pide fidelidad, pero al menos una pisca de compromiso. Al no vernos como protagonistas aparece la indiferencia por el futuro. Todo es momentáneo, en períodos de tiempo contados en horas, días o meses. El horizonte temporal y la visión se nublan. Soñamos con la felicidad, pero no en la empresa. El cambio nos afecta emocionalmente y se ve como un gran enemigo a vencer. Tratamos de adaptarnos a los nuevos paradigmas, pero nuestro sistema inmunológico natural nos lleva de regreso al estatus quo[3], a la rutina y a la zona confortable.
Por último, el individualismo y el egoísmo empresarial nos han conducido a la carencia de bondad. No enseñamos, no nos sacrificamos por el de junto, construimos nuestra pared y nos alejamos de todo. La bondad se ve como tibieza y fragilidad. Se mira como una lejana virtud de “monjes tibetanos”. La agresividad, el guardarse las cosas y sobresalir cuando el otro cae parece la religión de nuestro tiempo.
Lo anterior NO se soluciona con estrategia empresarial. Es un ejercicio de auto-indagación y toma de liderazgo consciente. Lo primero: tener humildad en la prosperidad. Lo segundo: tener humildad en la dificultad. Esta virtud abre el camino a la Fe, nos hace protagonistas frente al futuro; y, nos llena de bondad frente a las necesidades de otros seres humanos.
El conocimiento es vital, la mente domina a la materia y las ideas al capital. El problema es que el conocimiento tiene fecha de caducidad, posiblemente de segundos . Cuando termine de leer este artículo en el blog, tal vez ciertas cosas ya estén pasadas de moda o sean de poca aplicación en el mundo real. La capacidad cerebral parece ser superada por el “ancho de banda” de nuestro ordenador personal.
El Humalíder tiene la habilidad de poner a los consumidores y colaboradores como las “superestrellas”, como los “protagonistas de la historia”, debe tener a la gente tan emocionada, que no tenga la intención de mirar hacia otros productos o hacia otras empresas. Lo habíamos mencionado vehementemente en la conclusión del capítulo anterior.